Confederación Energética Caribeña: Soberanía obrera ante el colapso eléctrico
Por Isabelino Montes
«¿Qué hacen los puertorriqueños que no se rebelan?», preguntaba Betances en 1895, al calor del levantamiento independentista en Cuba. Esa interpelación, cargada de frustración y urgencia revolucionaria, no ha perdido vigencia. Casi 130 años después, Puerto Rico sigue paralizado entre apagones masivos, subordinación energética y una izquierda atrapada en la lógica electoral burguesa. La cita de Betances, utilizada por generaciones de independentistas, necesita hoy una contextualización más clara: no basta con evocar el patriotismo. Es hora de ponerle rostro y contenido a la rebelión que nos exige la historia.
En su llamado a una Confederación Antillana, Betances fue más que independentista: fue internacionalista. En 1867 escribía: «Cubanos y puertorriqueños, unid vuestros esfuerzos, trabajad en concierto, somos hermanos, somos uno en la desgracia; seamos uno también en la Revolución y en la independencia de Cuba y Puerto Rico. Así podremos formar mañana la Confederación de las Antillas». Más adelante, advertía con dolor en carta a Lola Rodríguez De Tío: «Ya están los americanos en Samaná (Républica Dominicana). No puede figurarse el dolor que me causa este hecho tan fatal para la realización del gran proyecto de Confederación».
Hoy, ese proyecto cobra vida bajo una nueva urgencia: la subordinación energética de nuestras islas a los monopolios capitalistas estadounidenses. Si antes el reclamo era por la independencia nacional, ahora debemos ampliarlo hacia una independencia energética común, planificada y construida por la clase trabajadora del Caribe.
¿Por qué no nos rebelamos? Porque nadie nos señala contra qué rebelarnos. El contexto de explotación capitalista no puede separarse de las estructuras obsoletas y domesticadas de la política electoral. En Puerto Rico, el PIP y el MVC, bajo el proyecto Patria Nueva, se enredaron en la lógica populista, enfocando su discurso en defender los fondos federales y cuidarse de las acusaciones del bipartidismo de que eran “comunistas”. En lugar de asumir el liderazgo de una lucha frontal contra el dominio energético imperialista, optaron por el silencio o el acomodo. Hablaron de energía, sí, pero sin anclarla en la urgencia de una unidad obrera antillana que tome el control de la producción energética como patrimonio común.
Frente a esta crisis de dirección política, es necesario iniciar una discusión seria desde la clase trabajadora. Una discusión que analice las raíces históricas y económicas de nuestra subordinación energética. En esa dirección, el artículo del profesor Roberto J. Ortiz (Universidad Estatal de California, Long Beach), titulado COLAPSO Y TRANSFORMACIÓN: Cuba, Puerto Rico y la crisis energética de las periferias "vitrina" en perspectiva ecológica mundial, se vuelve una herramienta fundamental.
Ortiz expone cómo el auge del petróleo desde los años 40 reorganizó globalmente la acumulación capitalista: abarató la fuerza de trabajo, expandió la mecanización, y redujo los costos del trabajo vivo. Puerto Rico y Cuba, aunque con trayectorias políticas distintas tras la invasión estadounidense de 1898, compartieron una dependencia estructural del petróleo como eje de su desarrollo.
Cuba, amparada en acuerdos con la URSS, logró sostener un intercambio de petróleo por azúcar y otros productos. Puerto Rico, por su parte, se integró a los monopolios energéticos estadounidenses, desarrollando una infraestructura que dependía enteramente del petróleo importado. Ambos países quedaron atrapados en la lógica de rentabilidad capitalista, aun cuando la retórica socialista en Cuba intentara romper con el orden mundial impuesto.
Ortiz lo plantea sin rodeos: «Ambos eran proyectos desarrollistas sustentados por una infraestructura energética insostenible alimentada con petróleo barato importado». El colapso se hizo evidente en los años 70 en Puerto Rico y en los 90 en Cuba, con el fin de los subsidios soviéticos
Mientras Cuba apostó por proyectos de redes eléctricas comunitarias y algunos de energías renovables, Puerto Rico se hundió en la dependencia total a los mercados energéticos privatizados de EE.UU. ¿La diferencia? Cuba tomó sus propias determinaciones políticas pero aún así no deja de estar atada al régimen del capital.
La crisis energética de Puerto Rico refleja el fracaso de su modelo de semi-industrialización. El proyecto Manos a la Obra de Muñoz Marín, presentado como modernización, fue en realidad la puerta de entrada para los monopolios petroleros. Empresas como Gulf Oil, a través de CORCO, convirtieron a Puerto Rico en su patio trasero: refinerías, carreteras y subsidios públicos al servicio de las ganancias privadas. La industria pesada se vendió como progreso, pero su desplome en los 70 dejó desempleo, deuda y contaminación, mientras la isla seguía atrapada en la lógica rentista de un capitalismo fósil.
Ortiz describe cómo en los 90 el sistema eléctrico colapsa ante el retiro de subsidios federales: «La red eléctrica se volvió cada vez más frágil, y la Autoridad de Energía Eléctrica acumuló una deuda inmensa mientras aplazaba el mantenimiento de sus instalaciones». A la vez, Cuba, aunque aislada, buscó alternativas con Venezuela y logró diversificar su matriz energética. Pero en ambos casos, el capital dictó las reglas: rentabilidad por encima de sostenibilidad, acumulación por encima de vidas humanas.
El falso progreso que aún persiste —ese que el independentismo romántico muchas veces no se atreve a cuestionar— es parte del problema. La transición energética no será posible sin ruptura política. Las alianzas como la del PIP y el MVC tuvieron la plataforma para educar y movilizar, pero prefirieron sostener las maletas de Nydia Velázquez y Alexandria Ocasio-Cortez, figuras del Partido Demócrata, partido que ha sido cómplice directo de la entrega del sistema energético de Puerto Rico a los capitalistas del gas natural.
Los puertorriqueños no se rebelarán mientras la oposición mantenga su lealtad a estructuras políticas burguesas ya obsoletas. Se necesita una oposición obrera, independiente, con claridad ideológica y visión internacionalista. Una que retome el legado de Betances y lo coloque en el contexto actual: no solo como defensor de la independencia nacional, sino como visionario de una Confederación Antillana obrera y energética. Un frente común del Caribe, que tome el control de su producción energética para salir del yugo de los monopolios y comenzar, desde los centros de trabajo y las comunidades obreras, la transición hacia una nueva forma de vivir, producir y organizar el poder.