Fichas para discutir la historia de nuestra clase trabajadora – Parte V : La ciudad y la proletarización del artesanado
Por Neco
Los accidentes inesperados de la historia le entregaron a la burguesía criolla en bandeja de plata el poder de gobernar la colonia española con un grado de autonomía y gobierno propio. El magnicidio de Antonio Cánovas del Castillo le brindó a su sucesor unaoportunidad para tratar de salvar por el momento sus últimas colonias en América. La oferta de una reorganización colonial otorgándole a Cuba y Puerto Rico un régimen autonómico con atributos reales de auto gobierno no tenía mucho futuro en la Antillas Mayor, pero en Puerto Rico encontró un cliente ávido por acceder a esa oportunidad, que de todos modos ya había sido pactada entre Luis Muñoz Rivera y Práxedes Mateo Sagasta.
Después de medio siglo de desarrollo, la base económica de la sociedad colonial —la agricultura de exportación— al fin se alineaba con su propia superestructura administrativa y jurídica. Se organizó algo como un Estado colonial autónomo que le brindó a la burguesía criolla algo parecido a una hegemonía funcional dentro de un revestido colonial frágil y bajo amenaza de la Revolución Cubana y la intervención imperialista yanqui.
Sin experiencia previa en el manejo del poder —poder limitado, eso es cierto, pero el más amplio que se había experimentado alguna vez en la colonia— la burguesía criolla no supo tasar correctamente en su horizonte estratégico la entrada a escena de Estados Unidos y la transformación de todo el ordenamiento económico y político en Puerto Rico. Cuando lo hizo, un sector de la burguesía criolla coqueteó con la idea de la anexión como un paso gigante hacia el mercado de Estados Unidos para los productos agrícolas como el azúcar moscabado y el tabaco. Estados Unidos era ya el principal mercado mundial del café, pero sus hábitos de consumo de esa mercancía no se alineaban perfectamente con la calidad superior y el precio mundial más elevado en que se cotizaba el producto puertorriqueño.
De todos modos, en su breve disfrute del poder colonial, Muñoz Rivera y su comparsa, representantes de los intereses de planteros y hacendados, usaron su mano dura en contra de los trabajadores puertorriqueños. Traicionaron sus promesas de la “gran familia” y acapararon todos los beneficios del nuevo régimen, a pesar de haber llegado a unas mayorías abrumadoras del ochenta por ciento de los votos emitidos en las elecciones de 1898, por haber contado con el voto masivo de artesanos y trabajadores. Así les demostraron a esos mismos trabajadores que el criollismo era su enemigo más inmediato. Apenas unos meses más tarde, los nuevos conquistadores les abrieron a los obreros unos espacios de expresión, organización y derecho a la huelga inconcebibles en el régimen de la burguesía criolla.
En este punto se debe repasar el desarrollo social y político de esa burguesía criolla. En su interior coexistían varios sectores que generalmente marchaban al unísono, pero que alojaban el germen de contradicciones que, aunque no inmediatamente antagónicas, causaban desbalances en el progreso de esta clase. Su sector más “moderno”, a lo largo de la segunda mitad del siglo diecinueve, fue el sector azucarero. Su contabilidad reflejaba una mayor inversión de capital en la mecanización de los procesos fabriles, con el consecuente aumento en la productividad en la refinación parcial del azúcar centrifugado. Sus relaciones de producción se asemejaban más, según adelantaba el siglo, a la compra de fuerza de trabajo en un mercado laboral capitalista, (y, por supuesto, a la brutal extracción de plusvalor absoluto de esos trabajadores, una forma de acumulación originaria de capital). Su talón de aquiles, un vestigio de las guerras napoleónicas consistía en las crecientes barreras arancelarias que se erigían en los mercados europeos para proteger sus industrias de refinado de azúcar de remolacha. El mercado norteamericano, sin embargo, parecía inagotable, y de ahí los coqueteos anexionistas de ese sector.
A la burguesía criolla azucarera se le presentó la oportunidad de liberarse del estrangulamiento por parte de la oligarquía comercial de los peninsulares. El comercio con Estados Unidos, que ya sobrepasaba el cuarenta por ciento de todas las exportaciones, le brindaba acceso a los productores de azúcar a un mercado que sus agentes podían manejar sin depender de los comerciantes prestamistas peninsulares.
Se debe mencionar aquí algo que se verá posteriormente en mayor detalle. En los márgenes de este comercio comenzó a prosperar un sector de la pequeña burguesía profesional con un estilo de vida similar al de otros segmentos de esa clase —médicos,a bogados, farmacéuticos, etc. Muchos de ellos se habían formado por su propio esfuerzo; otros estaban conectados por lazos de familia con la burguesía criolla. Entre ellos se imponían ideas liberales y antimonárquicas, con afán de gobierno propio.
El sector tabaquero también registró algún progreso en la transición del trabajo artesanal a la empresa capitalista. En su componente agrícola predominaba la siembra y cosecha en fincas medianas y pequeñas, pero el sector fabril, aunque de baja capitalización, avanzaba hacia la proletarización de los artesanos. Se trataba, por su particular formación, de un proletariado portador de ideologías avanzadas de su clase.
El sector cafetalero, llegó a sobrepasar durante este periodo al sector azucarero en sus volúmenes de exportación hasta alcanzar más del sesenta por ciento de todas las exportaciones. Se mantuvo, no obstante, como el sector más atrasado de la economía colonial, no sólo por su baja capitalización, sino especialmente por sus relaciones de producción casi feudales, en las que el hacendado asumía un rol paternalista y señorial, y sus trabajadores, aún a finales del siglo, exhibían atributos serviles de peones atados a la tierra que no les pertenecía.
De haberse extendido la hegemonía de la burguesía criolla hasta el siglo veinte, estas contradicciones internas hubieran agrietado la representación “unitaria” de intereses conflictivos. Por un lado, los planteros capitalistas de los llanos costeros impulsaban LA expansión del mercado laboral capitalista, una fuerza de trabajo “libre” para competir por los empleos disponibles; la modernización del país y la expansión y generalización de las ideas de anexión a Estados Unidos. Por otro lado, los hacendados de la montaña cafetalera hubieran tenido que defender sus estilos de vida señorial, reteniendo a los agregados en su condición servil. Su línea de defensa ideológica fue el regionalismo, la identidad de una cultura criolla como estandarte de la nacionalidad puertorriqueña.
En pleno desarrollo de esas formaciones de clases y de las contradicciones que éstas estaban gestando irrumpieron las tropas de la república imperialista de Estados Unidos.
La suerte parecía estar echada. Por un lado, el nuevo orden imperialista colocó en la mirilla a la burguesía criolla y a sus pretensiones hegemónicas. Los señores de la montaña serían desbancados rápidamente, y los planteros de los llanos costeros serían absorbidos por el monstruoso y avasallador aparato del monopolio azucarero de Wall Street.
Por otro lado, la masa trabajadora se sintió afortunada cuando los nuevos gobernantes desplazaron del poder a los déspotas españoles y a la élite política representativa de los terratenientes criollos. Pero nos adelantamos. Regresemos atrás algunas décadas.
Los trabajadores y trabajadoras urbanos
Una vez abolida la esclavitud y derogado el régimen de la libreta de jornaleros se desplazaron muchos ex esclavos y labradores desposeídos hacia Ponce, San Juan y otras ciudades portuarias en búsqueda de mejores oportunidades de empleo de las que se les ofrecía en el cañaveral o el cafetal. Esos desplazamientos poblacionales, junto a fuertes oleadas inmigratorias, fueron consolidando un mercado capitalista de fuerza de trabajo sin el cual el capital no puede establecer su régimen perdurablemente. Con la formación de este mercado laboral avanzaba también el desarrollo de la clase trabajadora y su conciencia. El trabajo en los muelles, por ejemplo, era arduo, pero estos peones del campo, ahora desprendidos del trabajo esclavo y del trabajo servil, hallaron por El momento en sus nuevos empleos portuarios el comienzo de una conciencia colectiva de trabajo asalariado, explotación, solidaridad y lucha colectiva.
Estos centros urbanos también alojaron a una creciente población de artesanos, muchos de los más diestros, inmigrantes europeos, especialmente de España; la mayoría no diestra fueron migrantes internos del campo a la ciudad. Algunos de los trabajadores migrantes internos se mantuvieron como trabajadores no diestros en las múltiples tareas que se activaban en los crecientes centros urbanos en expansión. Otros ingresaron en los talleres de esas ciudades como aprendices y con la práctica desarrollaron sus destrezas particulares del oficio. Otros más lograron adquirir su aprendizaje en la construcción — carpinteros, albañiles, plomeros, pintores de brocha gorda— sirviendo de jornaleros y auxiliares en la creciente actividad de obras públicas y construcción de viviendas urbanas para una creciente población, hasta convertirse en maestros de su oficio.
En las ciudades se establecieron empresas manufactureras de cigarrillos y cigarros; grandes almacenes de importación de mercancías; sistemas de acueductos y alumbrado; sistemas de tranvías para el transporte urbano en San Juan y Mayagüez; ferrocarriles que conectaban ciudades costeras alrededor de la Isla; y de gran importancia para eld esarrollo de nuestra clase trabajadora, imprentas y periódicos, donde creció el oficio de tipógrafo. Aquellos maestros tipógrafos fueron el soporte intelectual y técnico de la prensa obrera.
En resumen, según se aproximaba el fin de siglo español, en los centros urbanos de Puerto Rico iba creciendo una población de trabajadores, artesanos diestros o en pleno proceso de adiestramiento, muchos de ellos alfabetizados, junto a una masa laboriosa asalariada menos diestra, la mayoría analfabeta y recién llegada a la ciudad de las zonas rurales.
Esta diferenciación cultural de las clases laboriosas facilitó la formación de una vanguardia intelectual de orientación socialista y anarquista que nutrió el movimiento obrero desde sus raíces de una visión de emancipación laboral. Se fue elaborando una perspectiva militante de la fundación de una nueva sociedad liberada de los rigor es deshumanizantes de la explotación de las masas trabajadoras por una minoría propietaria y parasitaria.
Ese desarrollo no avanzó sin grandes tropiezos y obstáculos, ocasionalmente interpuestos por las propias contradicciones dentro del artesanado, sector laborioso de una clase que siempre ha oscilado entre los intereses del trabajo asalariado y los de la pequeña propiedad.
Surgió también otro sector ideológico de artesanos, de visión pequeño burguesa subordinada al gran “proyecto nacional’ “de la burguesía criolla, cuya concepción de progreso se limitaba al mejoramiento económico, social y cultural del artesano y su familia. La meta de igualdad era ir adquiriendo cada cual, con laboriosidad, educación y persistencia, la comodidad económica y los dotes sociales y culturales del pequeño burgués, socio menor del burgués criollo. Este sector del liderato artesanal intentó imponerle al naciente movimiento, en ocasiones con éxito, una visión gradualista y reformista y un alejamiento de las visiones vanguardistas de transformación radical de la sociedad. La pugna por “los corazones y las almas” de los trabajadores entre la visión militante y radical de reorganizar la sociedad en favor de los que trabajamos y producimos y la que se concentra exclusivamente en las concesiones de mejores salarios y condiciones de trabajo, ha persistido entre nuestras filas desde los comienzos de nuestro movimiento obrero. Ambas pertenecen a nuestra realidad como seres humanoss ometidos al capital, un sistema económico que para sostenerse tiene que expandirse, por lo que se ve impelido a tratar de robarnos nuestra humanidad y nuestra capacidad de crear nuestra propia emancipación.
Nuestra misión como comunistas es trabajar dentro de esa contradicción viva y real, entendiendo las condiciones materiales que las generan, para apoyar decisivamente a las fuerzas obreras que se decidan a tomar el poder para transformar la sociedad.
Esas dos tendencias, la de confrontación radical con el patrono como medio para la emancipación humana de la sociedad y la de un gradualismo colaboracionista enfocado en las concesiones patronales y la legislación de medidas favorables a los trabajadores, acompañan a través de la historia a los movimientos obreros de todos nuestros hermanos y hermanas trabajadoras en toda la historia del obrerismo en todas las sociedades del mundo. Dentro de todas esas sociedades, tenemos que recordar también, escarba sin detenerse el viejo topo de la revolución comunista mundial.
Por un lado, la organización de los trabajadores y la preparación para la huelga política general, la insurrección, y la toma revolucionaria del poder. Por otro lado, la organización sindical economicista y la acumulación de reformas que mejoren y eduquen a los trabajadores en camino hacia el fortalecimiento gradual del obrerismo. Estas dos tendencias se gestan espontáneamente en el seno de nuestra clase y han competido entre sí desde que los trabajadores comenzamos a fundar nuestras primeras organizaciones de clase. Es nuestra contradicción interna como una clase trabajadora con ubicaciones diversas dentro del complejo aparato de producción de plusvalor del régimen capitalista.
La misión de los comunistas es saber identificar, denunciar, combatir y ayudar a trascender esa contradicción interna de nuestra clase a cada paso en camino hacia la toma revolucionaria del poder por los trabajadores.
En el campo, la masa laboriosa estaba formada principalmente por agricultores desposeídos de sus tierras —el principal medio de producción del trabajo agrícola— y por esclavos recién emancipados. Esta masa proletaria, a la que se le negaban los más mínimos alivios a su miseria y destitución, a la cual se le mantenía desprovista de acceso a servicios médicos o de salud general para su familia —acueductos, instalaciones sanitarias— y tan siquiera a la alfabetización de sus hijos; una clase salvajemente explotada por terratenientes y patronos, fue acumulando un rencor inagotable y una rabia inflamable, en ocasiones sin esperanzas, que estallaría de la manera más inesperada y sorprendentemente violenta.
Los trabajadores que migraron del campo a los centros urbanos sintieron inicialmente que de alguna manera estaban progresando en sus vidas. No tardaron en despertar a la cruda realidad de que las prolongadas jornadas y los míseros salarios que recibían apenas les permitían adquirir las mercancías más básicas para el sostenimiento de sus familias.
En el campo la oferta de trabajo por los patronos seguía los ciclos agrícolas de las diferentes cosechas. Al llegar la temporada, habría trabajo para el que quisiera trabajar. En efecto, en esas épocas la necesidad de “brazos” por parte de los planteros y los hacendados era mayor a la disponibilidad de trabajadores. Con el cierre de las zafras y el acabe del café, en el “tiempo muerto”, había que tener acceso a una tala de subsistencia para proveer a la familia de algunos alimentos básicos, o habría que migrar a los centros urbanos para “chiripiar” en lo que apareciera.
La situación laboral urbana era diferente. Fuerzas remotas —misteriosas para los trabajadores— causaban directamente la disponibilidad o la ausencia de empleos. Las fluctuaciones del sistema capitalista mundial traían años de abundancia y expansión económica seguidos por épocas de contracción y desocupación. Precisamente durante estos años, específicamente en 1873, hizo aparición en todo el mundo una racha de eventos imprevistos —comenzando con una serie de pánicos bancarios en Europa y Estados Unidos— que le dieron forma a lo que hoy se conoce como la “Larga Depresión” de 1873 (para distinguirla de la “Gran Depresión” de 1929) que no mostró señales de alivio hasta después de 1896.
La Larga Depresión estranguló los precios de los productos agrícolas a través de todo el mundo. Para el trabajador agrícola, esto le impuso dos resultados. Por un lado, los terratenientes redujeron su producción, con la consecuente reducción de empleos y el resultante aumento en la migración laboral hacia las ciudades, trabajadores desocupados, recién emancipados de la esclavitud y del trabajo servil. El abaratamiento de los productos agrícolas, por otro lado, afectó a todos los trabajadores, urbanos y rurales, al reducirse también el costo de los alimentos. Esto le dio base a los patronos a tasar un precio menor de la mercancía que le vendían los trabajadores —su fuerza de trabajo— con la inmediata reducción de sus ya míseros salarios.
La crisis desató en Estados Unidos una oleada de huelgas ferroviarias, de sorprendente combatividad y solidaridad popular, que activó la conciencia revolucionaria de las masas trabajadoras. Huelgas militantes erupcionaron en muchos países de Europa y América Latina, en los que se desarrolló también la organización política disciplinada y militante de los trabajadores y su conciencia de lucha revolucionaria. Estos eventos locales y
mundiales influyeron también en la radicalización de la incipiente vanguardia de trabajadores en Puerto Rico y su desarrollo de una perspectiva internacionalista, compartida con trabajadores de todas partes del mundo.
De manera que, durante las décadas a partir de 1873, no todos los que llegaban del campo a la ciudad podían conseguir empleos fijos. Se fue formando una capa urbana de los que no lograban una ocupación regular y que tenían que recurrir a otras actividades económicas no necesariamente lícitas para su sustento. Convivían con los artesanos y con los trabajadores asalariados en las mismas barriadas proletarias y formaron inicialmente un ejército de reserva laboral del cual los patronos podían reclutar nuevos trabajadores cuando regresara la época de expansión económica y el crecimiento de sus negocios. Con el tiempo se formó también una población de los permanentemente desocupados, susceptible al soborno de los patronos, y que pudiera ser lanzada con violencia como rompe huelgas, o como fuerzas mercenarias, en contra de las filas del movimiento obrero organizado, como veremos más adelante.
Pero eso será más tarde. Por ahora, la vida social en las aglomeraciones de las barriadas de trabajadores en las afueras de las ciudades fue gestando una identidad compartida como trabajadores explotados. Esa identidad, cuando se transportó a los centros de trabajo, generó un sentido de oposición espontánea a los dueños de las empresas a quienes les rendían hasta doce o catorce horas diarias de su vida a cambio de un mísero salario. Esos patronos urbanos, al igual que los terratenientes en el campo, aumentaban sus fortunas a diario, las que exhibían de manera ostentosa en los lujos de sus hogares, sus vestidos y sus carruajes, y sus séquitos de sirvientes domésticos.
La desvalorización de la mercancía “fuerza de trabajo”
La ubicación de los artesanos en cuanto a su conciencia social fue ambivalente. Algunos maestros artesanos no pudieron escapar la conciencia del pequeño propietario, a quien la sociedad feudal, ahora en vías de desaparecer, le había protegido los privilegios de su pequeña propiedad. Pero el siglo diecinueve fue el siglo de la consolidación del régimen capitalista mundial, encabezado por la burguesía industrial en Inglaterra y luego en Europa y en América. Los vientos capitalistas barrían los vestigios del feudalismo por todo el mundo, aun en sociedades tan atrasadas como la de Puerto Rico.
Otros artesanos se veían ellos mismos como trabajadores. Aunque los maestros eran dueños de sus talleres y ocupaban objetivamente la función de patronos, subjetivamente algunos de ellos se alineaban con la visión anti capitalista, especialmente opuesta a la implantación del mercado y del dinero como fuerzas impersonales, rectoras de toda la actividad económica de la sociedad.
En ocasiones pudo ser una oposición que nacía del deseo de regresar a un pasado idílico que consideraban “más humano” que el presente capitalista. En ese sentido sus doctrinas de un socialismo artesanal, formuladas y popularizadas por filósofos utópicos de la pequeña burguesía como Pierre-Joseph Proudhon, capturaban la imaginación de los artesanos, arrinconados por la presión del capital de expropiarlos y tornarlos en proletarios. Estas ideologías utópicas y reaccionarias fueron duramente criticadas por Marx por considerarlas como obstáculos a la adhesión de los trabajadores a las ideas revolucionarias del socialismo científico.
La mayoría de los artesanos, por otro lado, no era dueña de sus propios talleres y se tenía que emplear, cada vez con mayor frecuencia, no en talleres artesanales como aprendices y auxiliares en camino a su clasificación de maestros, sino en instalaciones de manufactura de algún patrono con capital. El capitalista reunía a un conjunto más o menos numeroso de artesanos de mayor o menor rango para que desempeñaran el mismo tipo de trabajo al que estaban acostumbrados, con las mismas herramientas y los mismos métodos, sobre la materia prima que les proveía el patrono, a cambio de un salario en dinero. Al final del proceso, el capitalista se apropiaba del producto, del que reclamaba propiedad absoluta, y lo llevaba al mercado, donde realizaba una ganancia por encima de lo que le había costado producirlo. Ésta es la etapa de la subordinación formal del trabajo al capital.
No transcurrió mucho tiempo en que la competencia entre capitalistas llevó a éstos a reformular las reglas de los procesos de producción.
Con el tiempo, los trabajadores llegaron a emplearse en los centros de manufactura bajo un nuevo orden de producción que no utilizaba ni estimulaba el desarrollo de sus destrezas, sino que, por el contrario, imponía una división del trabajo cada vez más fragmentada a cada trabajador: tareas aisladas y repetitivas que lo alejaban del producto final. En este nuevo orden, ningún trabajador se dedicaba a elaborar un producto terminado —nadie aprendía a trabajar el producto completo. Se fragmentaba la actividad productiva en tareas cada vez más simples que no requerían ninguna destreza especial.
Los trabajadores diestros serían fácilmente reemplazables por otros trabajadores no diestros, y la única mercancía que podía venderle el obrero al capitalista por un salario — su capacidad de trabajar y sus destrezas particulares— se veía cada vez más desvalorizada y abaratada.
Esta evolución del novedoso proceso de producción concentraba a decenas de trabajadores asalariados bajo un mismo techo, por diez, doce o catorce horas al día, por seis días en semana, llevando a cabo durante esas largas jornadas, las tareas fragmentadas, simples y repetitivas que el patrono les asignara. Su trabajo se transformaba, de un arte en el que podía llegar a invertir su orgullo como productor diestro, a una manufactura de mercancías uniformes, que no requerían ni talento, ni creatividad ni destrezas especiales de ninguna clase.
Al comienzo, fue una evolución lenta, sobre todo por la ausencia de capitales que le permitieran al patrono adquirir maquinarias y las tecnologías más productivas. El escaso capital al que pudiera tener acceso lo requería con mayor inmediatez para comprar las materias primas y pagar los salarios para comenzar a producir, tal vez semanas antes de llevar su producto al mercado, recuperar el capital invertido y realizar allí sus ganancias, extraídas de sus trabajadores. Los dueños de estos centros de manufactura tomaban dinero prestado de donde pudieran. En la ausencia de instituciones bancarias, muchos se veían obligados a recurrir a los comerciantes peninsulares que, con la complicidad de la burocracia administrativa colonial, especulaban con el manejo de la circulación del dinero, y las fluctuaciones en la convertibilidad de la moneda de plata (el peso mexicano, que era la moneda de plata que circulaba en Puerto Rico) y el oro, que la banca capitalista mundial estaba estableciendo como la representación universal del valor acumulado y medio de pago. Estos comerciantes y prestamistas españoles ofrecían crédito, en términos de usura, a los novatos capitalistas con el que éstos echaban a caminar sus empresas. Días o semanas más tarde llevaban sus mercancías a los compradores y era entonces que recuperaban sus costos, saldaban sus deudas y realizaban sus ganancias.
Con el tiempo, algunos de estos negocios de manufactura, los que sobrevivieron el endeudamiento usurero cíclico, lograron financiarse a sí mismos y comenzó a sostenerse en los centros urbanos de la sociedad isleña una actividad económica capitalista manufacturera muy diferente a la economía artesanal que había predominado anteriormente. El truco fue lograr abaratar el precio de la fuerza de trabajo al mínimo y extender la jornada laboral al máximo de horas que resistiera la mente y el cuerpo del trabajador. Esta era la versión urbana de la extracción del plusvalor absoluto. El precio de la fuerza de trabajo y la duración de la jornada formaron el contenido principal de las luchas de clases de fines del siglo diecinueve.
Estos trabajadores quedaban ahora realmente subordinados al capital. Su nueva condición laboral estableció las condiciones materiales para el desarrollo de otro tipo de conciencia social, a la impuesta por el coloniaje español y ahora por la naciente
hegemonía de la burguesía criolla. Nació entre estos trabajadores la conciencia de clase proletaria y con esto, otro tipo de visión del futuro, en el que no era necesario regresar al pasado idealizado del taller artesanal. Estos trabajadores podían visualizar más claramente un futuro de fábricas sin capitalistas. Era posible una sociedad de hombres y mujeres libres, asociados para producir los valores de uso necesarios para que todos en la sociedad pudieran tener una vida civilizada, sin los lastres de la religión y la iglesia, ni del sofocante Estado colonial.
Para discusión:
En el primer libro de El Capital, Marx enfoca sobre el proceso de producción, poniendo a un lado, por el momento, otras fases que componen la totalidad del sistema capitalista. Al enfocar exclusivamente sobre la producción, logra descubrir la célula del sistema: la mercancía —un valor de uso para otros que sólo le sirve al capitalista como portadora de su valor de cambio. Ese valor de cambio contiene el valor contabilizado de todos los componentes de la producción de la mercancía, y algo más. Ese “algo más” corresponde al valor añadido por la participación de los trabajadores en el proceso de producción, más allá del costo de su fuerza de trabajo que el capitalista invierte en la forma de salario. Ese valor añadido, por encima de los costos invertidos, se identifica como el plusvalor portado por la mercancía, del que se apropia el capitalista en el momento de venderla en elmercado. Discutan en mayor detalle este proceso, completando las lagunas y aclarando las dudas que surgen al tratar de captar los descubrimientos de esta obra revolucionaria de El Capital.
El artesanado urbano es una fuente de donde surge el movimiento obrero en Puerto Rico. Otra fuente la formaron los trabajadores agrícolas, en nuestro caso provenientes de las masas de esclavos emancipados, y de los campesinos desposeídos de sus tierras. Los artesanos eran trabajadores cuya visión de sí mismos oscilaba entre un radicalismo vanguardista proletario, y una añoranza reaccionaria del regreso a su pasado feudal. Esas dos tendencias, ajustadas a nuestra época, forman parte de las inclinaciones revolucionarias de la clase trabajadora moderna, y sus tendencias reformistas de colaboración de clases. ¿Qué papel debe jugar el PCPR dentro del movimiento obrero cuando se generalice la crisis social y política de la colonia? ¿Cómo se debe preparar el
Partido para asumir ese papel exitosamente? ¿Cómo debe el Partido abordar el asunto del liderato revolucionario de la mujer trabajadora dentro del movimiento obrero?