Ni imperialismo ni autoritarismo: Venezuela exige una salida obrera y revolucionaria

Por Isabelino Montes

La región caribeña vuelve a tensarse al compás de las amenazas abiertas de Estados Unidos de invadir Venezuela. El espectro de una intervención militar reconfigura el terreno político y revela las fracturas internas entre quienes se oponen a la intervención por apoyar a Nicolás Maduro, quienes la rechazan desde una postura antiimperialista y también crítica del régimen, y quienes, como sectores del Partido Demócrata estadounidense, temen que un conflicto armado desestabilice las inversiones financieras de Wall Street en Venezuela y el Caribe. En el extremo más peligroso se ubican tanto el gobierno colonial de Puerto Rico como las facciones republicanas alineadas con Donald Trump, que exigen abiertamente una operación militar para capturar al presidente venezolano.

Es precisamente esta última posición la que oscurece el panorama regional: una apuesta tan desacertada que ignora que “sacar a Maduro” no solo es un desafío estratégico de enormes proporciones, sino un error histórico guiado por ideas imperiales heredadas de la doctrina Monroe. La visión de Trump y su gabinete, anclada en un anacronismo desesperado, pasa por alto que una intervención militar directa terminaría de hundir lo que queda del poderío imperial estadounidense. La economía de Estados Unidos no tiene condiciones para sostener una guerra prolongada, y mucho menos una que implique la entrada efectiva a territorio venezolano.

La prepotencia imperial ha dejado a Washington aislado. México, Colombia y Brasil no respaldan una operación armada, y en Ecuador la población rechazó recientemente de forma contundente en referéndum la instalación de bases militares estadounidenses. A ello se suma que Rusia y China mantienen acuerdos de cooperación con el gobierno bolivariano, y que el PSUV ya ha delineado un esquema de transición interna con Diosdado Cabello como figura clave en la conducción militar. Frente a esto, insistir en una intervención solo puede definirse como una locura.

En este contexto, la Premio Nobel de la Paz que llama a la guerra, María Corina Machado, encarna el liderazgo de esa irracionalidad regional. Pero su influencia política atraviesa un profundo declive. Aunque la oposición venezolana vivió un pico de apoyo en 2023, hoy su popularidad se encuentra en caída libre. Apenas un 18.6% expresa una opinión favorable sobre ella, solo un 5.7% evalúa positivamente su desempeño y un 64.6% rechaza su rol por considerarlo alineado a intereses extranjeros y contrario al diálogo nacional, según datos de Datanálisis de septiembre de 2025. La población venezolana, lejos de alinearse automáticamente con Maduro, ha cerrado filas ante un punto fundamental: el 93% del país rechaza cualquier intervención militar extranjera o estadounidense.

En las calles se observa con claridad este rechazo. Las imágenes de Maduro caminando entre multitudes gigantescas contrastan con la incapacidad de figuras como Jennifer González en Puerto Rico o Donald Trump en Estados Unidos de hacer algo similar sin quedar expuestos al repudio social. No se trata de un apoyo inocente al gobierno, sino de la defensa de un modelo que, en una etapa específica durante los primeros años del chavismo, logró sacar a millones de la marginación total.

Antes de la irrupción del chavismo, vastos sectores urbanos y campesinos estaban excluidos de la producción, de los servicios básicos y hasta del acceso al transporte hacia Caracas. La construcción de un Estado de bienestar venezolano, con misiones sociales, planificación parcial de la producción y expansión de servicios como salud y educación, transformó materialmente la vida de estas masas populares. Las comunas y clínicas comunitarias nacidas en ese periodo atendieron a poblaciones que jamás habían visto un médico. Esta realidad, negada por economistas burgueses, explica por qué las capas más pobres de la clase trabajadora siguen identificándose con el PSUV: porque en su experiencia concreta, por primera vez tuvieron acceso a bienes, servicios y una sensación tangible de participación política.

Sin embargo, estas reformas no consolidaron un poder real de la clase trabajadora. La planificación quedó subordinada a la economía rentista del petróleo, a la burguesía tradicional y a sectores empresariales vinculados al propio PSUV. La crisis estructural del capitalismo venezolano, incluyendo inflación, acaparamiento, especulación comercial y fortalecimiento de la propiedad privada, degradó los avances iniciales y profundizó la división de clases.

Aun así, estos años sembraron algo que Estados Unidos teme: la formación de una conciencia política revolucionaria dentro de la clase trabajadora venezolana. No es Maduro quien moviliza hoy a millones, sino el trabajo acumulado de fuerzas como el Partido Comunista de Venezuela, los sindicatos revolucionarios, movimientos campesinos y otros sectores que han cultivado organización popular antes, durante y después del chavismo.

Por eso Venezuela no es Panamá, República Dominicana o Granada, países donde las invasiones estadounidenses enfrentaron poca resistencia organizada. Venezuela cuenta con un ejército estructurado, milicias comunitarias y un pueblo con experiencia política y militar. Por más burlas que circulen en redes sociales, este factor aterra a Washington.

De este carácter revolucionario profundo surge la necesidad de elevar la discusión a un plano verdaderamente emancipador: la toma del poder por parte de la clase trabajadora. Esa es la línea del Partido Comunista de Venezuela y de la Alternativa Popular Revolucionaria, que plantean una posición independiente tanto frente a la intervención extranjera como ante el régimen de Maduro. Su programa se sostiene en la denuncia de la militarización del Caribe y las amenazas de Estados Unidos, en el rechazo a la falsa dicotomía entre injerencia imperialista y autoritarismo gubernamental, y en el impulso de un frente social de la clase trabajadora que defienda la soberanía nacional y promueva una salida democrática, popular y revolucionaria a la crisis.

La disyuntiva histórica está clara. Ni el intervencionismo gringo ni el autoritarismo de Nicolás Maduro representan una vía de emancipación. La región enfrenta una encrucijada que exige una respuesta clara y combativa desde las masas.

No a la intervención estadounidense.

No al régimen autoritario de Maduro.

Por un socialismo revolucionario con la clase trabajadora en el poder.

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