43 días que desnudaron el colapso del capitalismo estadounidense

Por Bianca Morales

Tras cuarenta y tres días de incertidumbre, parálisis económica y angustia social provocados por el cierre del gobierno federal, el bipartidismo estadounidense finalmente anunció un acuerdo para financiar el Estado hasta finales del 2026. Concedieron apenas dos meses y medio adicionales para seguir discutiendo, supuestamente, el bienestar de la clase trabajadora, mientras el aparato gubernamental apenas comienza a funcionar otra vez.

Este acuerdo no responde a las necesidades del pueblo trabajador. Responde a la presión directa de los mercados capitalistas, ansiosos por reactivar la maquinaria estatal que protege sus ganancias. Lo que presenciamos no fue un triunfo democrático; fue una vergüenza nacional.

Millones de trabajadores, dependientes del SNAP y otros programas de subsistencia, pasaron cuarenta y tres días en incertidumbre mientras la clase política jugaba a negociar. Obreros y obreras se endeudaron, buscaron préstamos y aguantaron hambre. Solo ahora, al reabrir el gobierno, republicanos y demócratas acuerdan readmitir a los empleados federales despedidos, ofreciendo el pago retroactivo de sus salarios como si fuera un “gesto” y no un derecho.

La autoproclamada nación más avanzada del mundo arrastró a la incertidumbre incluso a quienes dedicaron su vida al servicio del país. Veteranos y trabajadores federales quedaron en vilo mientras se negociaban las prioridades del Estado: programas agrícolas, construcción militar, servicios médicos para veteranos, entre otros. Todo tras cuarenta y tres días de silencio, bloqueo e indiferencia.

Para colmo, el acuerdo extendió el debate sobre la salud pública, posponiendo la decisión sobre los subsidios del Obamacare hasta diciembre. Tres meses más sin resolver algo tan básico como el acceso a servicios médicos para millones.

El Congreso quedó paralizado y, con él, quedó expuesta la miseria estructural en la que vive la clase trabajadora estadounidense. Millones quedaron pendiendo de un hilo, formando largas filas para conseguir comida mientras la nación más rica del planeta permitía que sus niños y ancianos se hundieran en la desesperación. Estados Unidos genera riquezas incalculables gracias al trabajo de su clase obrera, pero los capitalistas continúan apropiándose de todo y buscan recortar los programas que sostienen la vida cotidiana.

El SNAP quedó en riesgo. El LIHEAP dejó a miles sin calefacción. Head Start, que atiende a más de ochocientos mil niños, estuvo a punto de cerrar centros. La FHA y el Departamento de Agricultura suspendieron hipotecas y préstamos esenciales. La Administración de Pequeñas Empresas paralizó préstamos comerciales. El WIC quedó al borde del colapso. Medicaid, Medicare y el Seguro Social siguen enfrentando un desmantelamiento acelerado.

Décadas de trabajo colectivo crearon estas reservas. Fueron vaciadas o utilizadas como moneda de cambio político. En el capitalismo decadente actual, la clase trabajadora queda atrapada en una relación social que no garantiza ni lo mínimo para vivir con dignidad. Surgen entonces las preguntas esenciales: ¿para quién trabajamos? ¿Quién se apropia de la riqueza que producimos si cada día nos rinde menos?

Lo vivido en esos cuarenta y tres días no fue un simple estancamiento político, sino la expresión cruda de un capitalismo parasitario que devora los excedentes de la clase trabajadora para alimentar la especulación en Wall Street y las fortunas de los multimillonarios. Mientras el pueblo hacía filas de comida y tomaba préstamos para sobrevivir, magnates como Elon Musk anunciaban inversiones de trillones en Tesla. La clase capitalista no sintió ni un segundo de incertidumbre. Al contrario: aprovecharon la crisis para insertarse aún más en el aparato estatal, buscando desviar fondos públicos hacia sus corporaciones. El Estado como intermediario del capital quedó expuesto sin máscaras.

En este contexto, Trump celebró la reapertura del gobierno como si fuera un logro propio, intentando lavar su historial represivo. Pero Trump es solo un instrumento del capital. Los recortes, la represión y la burocracia que desmantela derechos obedecen a la misma estrategia general del bipartidismo: redirigir la riqueza hacia la automatización industrial, la inteligencia artificial y la alta tecnología, aun cuando Estados Unidos ya no puede competir con China en la esfera productiva. La llamada “guerra económica” no es más que un acuerdo entre capitalistas para mover dinero dentro de un mercado tecnológico especulativo que beneficia a unos pocos. No hay progreso posible cuando ese mercado se coloca por encima de la salud del pueblo, los salarios y el bienestar social.

Nada de esto sería posible en un sistema donde la prioridad fuera la clase trabajadora que produce toda la riqueza. En un Estado capitalista, donde el lucro define las decisiones, se degrada incluso la discusión sobre si el pueblo merece vivir con dignidad. El bipartidismo estadounidense demostró el colapso de su democracia burguesa, incapaz de asegurar el derecho básico a la salud. Durante cuarenta y tres días se debatió únicamente si extendían un subsidio para evitar que las primas del Obamacare subieran. Y al no decidir, cerraron el gobierno y dejaron a la clase trabajadora sin su única fuente de subsistencia: vender su fuerza laboral.

¿A eso se le puede llamar democracia?

La situación exige una organización independiente de la clase trabajadora. La clase obrera, mayoría absoluta en Estados Unidos y Puerto Rico, no puede seguir sometida a este chantaje permanente. No podemos seguir discutiendo qué recortes aceptar ni qué migajas tolerar. Mucho menos podemos seguir sosteniendo aseguradoras médicas que lucran con el dolor ajeno.

Es momento de discutir en serio la redistribución de la riqueza según las necesidades del pueblo trabajador. Es momento de establecer un sistema de salud gratuito, universal y financiado por el Estado. Es momento de organizarnos de manera independiente de los partidos burgueses que han condenado a la clase trabajadora a un limbo permanente. Es momento de crear comités de trabajadores y trabajadoras en todos los rincones de Estados Unidos y Puerto Rico.

Si se habla de “unidad permanente” con Estados Unidos, que sea una unidad revolucionaria de la clase trabajadora de ambos territorios, organizada para construir una economía racional basada en las necesidades de la sociedad y no en las necesidades del capital.

La crisis del cierre no fue un accidente. Fue la evidencia final de que el capitalismo estadounidense ha colapsado para todos, excepto para quienes viven del trabajo del pueblo.

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