Zohran Mamdani: el socialismo burgués al servicio del capital
Por Isabelino Montes
No es el fantasma del comunismo lo que recorre la Gran Manzana, sino un socialdemócrata, un socialista burgués que llena un vacío político en un país claramente dividido por políticas represivas que caracterizan la falsa democracia estadounidense y que los MAGA, con Trump al mando, solo destapan. Este es el escenario político que Zohran Mamdani, ahora alcalde de EE.UU., enfrentó.
Su victoria fue producto de una combinación de factores: una ascendencia desde los movimientos socialistas urbanos, la desconfianza hacia los políticos convencionales neoyorquinos y una campaña que conectó con sectores sociales tradicionalmente excluidos inmigrantes, jóvenes y comunidades trabajadoras. Mamdani se autoproclamó abiertamente socialista demócrata, enfrentando a los sectores bipartidistas del Partido Republicano y del Partido Demócrata. En medio del gran vacío político que experimentaba Nueva York, Mamdani surgió de la nada y logró aglutinar en un solo año más de 100,000 seguidores voluntarios. Su candidatura se solidificó tras ganar las primarias demócratas con contundente ventaja, desplazando a Andrew Cuomo, exgobernador y figura de la vieja guardia demócrata, lo que subrayó el deseo de cambio entre los votantes. Sin embargo, Cuomo, aferrado al poder, volvió a enfrentarlo como independiente, siendo nuevamente derrotado.
Las propuestas de Mamdani, centradas en reformas sociales y en la distribución de la riqueza, alarmaron tanto a republicanos como a demócratas, quienes comenzaron a llamarlo “comunista”. Aun enfrentando la adversidad dentro de su propio partido, Mamdani mantuvo su postura reformista frente al alto nivel de desigualdad y acumulación capitalista de una ciudad como Nueva York.
En ese contexto de desigualdad económica, ya insostenible para mantener un orden social estable, Mamdani lanzó propuestas como:
la creación permanente de autobuses municipales gratuitos para aliviar el costo del transporte de los trabajadores;
supermercados municipales en distintos sectores para combatir la inseguridad alimentaria con precios reducidos;
aumento de impuestos a grandes corporaciones y personas de altos ingresos (“tax the rich”) para financiar servicios sociales;
elevar el impuesto de sociedades hasta igualarlo con Nueva Jersey y aplicar un recargo del 2% sobre rentas superiores al millón anual, con la expectativa de recaudar miles de millones adicionales;
expansión y diversificación de servicios sociales, fortalecimiento de los derechos de inmigrantes y protección de minorías;
creación del Department of Community Safety, entidad que asumiría roles de crisis y salud mental antes delegados a la policía, buscando reformas en seguridad y atención social;
la reforma administrativa para agilizar la gestión municipal, mejorar la recaudación de multas pendientes y combatir la evasión fiscal.
y la congelación de rentas por al menos cinco años, con el fin de frenar el desplazamiento masivo de comunidades trabajadoras por la especulación inmobiliaria.
Estas reformas, aunque reveladoras en una ciudad donde uno de cada cuatro neoyorquinos, más de dos millones de personas, vive en la pobreza, casi el doble del promedio nacional, no dejan de ser limitadas dentro del marco del capitalismo. Nueva York es la ciudad más cara de EE.UU., con un costo de vida en Manhattan que duplica el promedio nacional, lo que genera inseguridad habitacional, desigualdad salarial y exclusión económica para la mayoría trabajadora, especialmente para latinos y afroamericanos.
Pese a su discurso progresista, el vínculo de Mamdani con los demócratas lo ancla a una visión reformista. En lugar de confrontar directamente a las empresas capitalistas con salarios justos o crear empresas municipales bajo control obrero que impulsen la nacionalización, su proyecto se limita a redistribuir una parte de la riqueza que los capitalistas ya se apropian. Las facciones “más progresistas” del Partido Demócrata se concentran en políticas que solo buscan hacer circular el dinero mediante ayudas, sin alterar las estructuras de explotación. Estas políticas generan fricciones con demócratas y republicanos tradicionales, no por atacar el capital, sino por intentar favorecer a otro sector de la burguesía emergente. Es una guerra económica interna entre capitalistas, disfrazada de lucha ideológica, pero que no altera las estructuras del poder de clase.
Los representantes bipartidistas de la burguesía, demócratas y republicanos, se aferran a las viejas estructuras del capitalismo, añorando el orden que alguna vez fue hegemónico en EE.UU. Las ideas de Trump y del sector conservador, como las de muchos demócratas, buscan precisamente mantener ese orden de reproducción capitalista. Mamdani y los llamados progresistas trazan líneas “diferenciadoras” con un lenguaje de justicia social, pero sin cuestionar el modo de producción.
Así, Mamdani se alinea con la vertiente demócrata burguesa de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez: el reformismo que pretende hacer coexistir clases antagónicas bajo un capitalismo “humanizado”. Su relación con una burguesía intelectual y académica, vinculada al sector de las organizaciones sin fines de lucro, revela su función como administrador de parchos al colapso capitalista. Estas ONG privatizan soluciones sociales y despilfarran dinero público para sostener la circulación del capital, en lugar de resolver las contradicciones estructurales del sistema.
Estas reformas no atacan las raíces de la explotación, sino que contienen el caos capitalista mientras ambas vertientes, republicana y demócrata, preservan su obsolescencia política. La victoria de Mamdani evidencia, por tanto, la falsa lucha entre los representantes políticos de la burguesía.
El apoyo de Trump a Andrew Cuomo, su antiguo rival, confirmó la alianza ideológica entre ambos partidos. Aunque Trump criticó públicamente las políticas de Cuomo, coincidió con sus intereses económicos al intentar frenar las ideas reformistas de Mamdani. Este episodio expone la cooperación entre demócratas y republicanos para preservar el status quo: su verdadera fortaleza es la unidad ideológica en defensa del orden capitalista.
Incluso con Mamdani en el poder, las estructuras del capital permanecen intactas. Su proyecto busca modernizar el capitalismo, no superarlo. Es la cara amable de un capitalismo que se disfraza de inclusividad y justicia social, sin ser revolucionario ni representar la toma del poder por la clase trabajadora.
Por eso, identificar estas vertientes “socialistas” es clave para evitar las tergiversaciones del progresismo. Mamdani encarna el socialismo burgués que históricamente ha engañado a la clase trabajadora, haciéndole creer que la riqueza puede redistribuirse sin transformar las relaciones de producción. Los capitalistas no se equivocan cuando llaman “utópicas” estas ideas: saben que el capital se reproduce a través de la explotación del trabajo asalariado. Si Mamdani no ataca esa relación, todo intento de justicia social será solo un círculo vicioso que reproduce las mismas contradicciones.
Los socialistas revolucionarios, en cambio, aspiramos a la toma del poder político por la clase trabajadora, a reorganizar la producción en función de las necesidades sociales, no del lucro capitalista. Mientras no controlemos los medios de producción, lo que se redistribuye no son riquezas colectivas, sino migajas capitalistas. Ahí entran la filantropía y las ONG: mecanismos de remiendo que canalizan el fruto del trabajo obrero hacia proyectos que mantienen viva la apariencia de justicia.
Esto no es socialismo. Es la perpetuación de la estructura capitalista bajo un lenguaje progresista. En vez de eliminar la desigualdad que produce el sistema, donde una minoría vive del trabajo de la mayoría, Mamdani y sus aliados hablan de “justicia social” mientras reparten lo que sobra.
La prueba de su “vínculo político” con la burguesía progresista está en su relación con el magnate George Soros y su fundación Open Society. Soros canalizó cerca de 37 millones de dólares a través de grupos progresistas como el Partido de las Familias Trabajadoras y otras organizaciones de izquierda que apoyaron a Mamdani. Investigaciones apuntan a que esta red de fundaciones desvió más de 40 millones mediante complejos esquemas financieros para financiar actividades políticas en su favor.
Además, figuras como Elizabeth Simons, hija del magnate Jim Simons, aportaron 250,000 dólares a New Yorkers For Lower Costs. Simons, con una fortuna estimada en 32,500 millones, se ha destacado por financiar causas progresistas y demócratas. También Tom Preston-Werner, cofundador de GitHub, donó 20,000 dólares a su campaña. Detrás de Mamdani hay al menos 26 multimillonarios que invirtieron más de 22 millones de dólares para influir en su candidatura, mientras otros capitalistas, como Bloomberg, Ackman y Lauder, financiaban a Cuomo y a sus rivales. En definitiva, fue una batalla entre capitalistas.
Estamos, pues, subordinados a una democracia dirigida por capitalistas que se enfrentan entre progresistas y conservadores, pero todos defienden sus propios intereses. No debemos caer en los engaños de Mamdani, Sanders u Ocasio, ni en los del bipartidismo tradicional.
Como clase trabajadora, debemos aprovechar estas coyunturas, que aparentan ser avances, para organizarnos. Es momento de formar comités obreros de creación de contenido que refuercen un discurso revolucionario basado en los intereses de las mayorías. Este vacío político puede transformarse en oportunidad para forjar nuestros propios medios de comunicación y contrarrestar tanto las ideas utópicas del socialismo burgués como las posiciones obsoletas del bipartidismo.
Desde Nexo Revolucionario Media, llamamos a unir esfuerzos para crear contenido revolucionario, avanzar hacia la organización política de la clase trabajadora y construir una verdadera democracia obrera. No los cuentos socialistas financiados por los mismos burgueses que nos explotan.