China y EE.UU. en guerra comercial: Automatización para los ricos, desempleo para la clase trabajadora

Por Isabelino Montes

Como se había anticipado, la llamada “guerra comercial” entre China y Estados Unidos no fue más que otro episodio en el enfrentamiento entre bloques capitalistas. Una disputa entre quienes concentran la producción mundial de mercancías a través de una brutal explotación de la fuerza de trabajo y el perfeccionamiento de medios tecnológicos cada vez más sofisticados. Mientras Trump se pavoneaba con amenazas y aranceles desde la Casa Blanca, China respondía con diplomacia calculada, consciente de que una gran parte de la producción industrial global se realiza bajo su zona de control.

Ambos países ahora tratan de buscar la “paz”, creando las bases para firmar un acuerdo. Por ahora reduciran la imposición bilateral de aranceles por 90 días: del 145% al 30% por parte de EE.UU. y del 125% al 10% por parte de China. Pero la verdadera batalla no esta en los números de esos acuerdos, sino en quién controla el desarrollo de las fuerzas productivas globales. La prensa burguesa nos empujó a tomar partido por uno u otro, ocultando lo esencial: el control de la producción y su planificación se encuentra concentrado en manos privadas, subordinando al resto del mundo a las decisiones de dos potencias económicas.

Mientras capitalistas juegan ajedrez con aranceles y exportaciones, las consecuencias las cargamos nosotros como trabajadores/as: despidos masivos, reducción de horas de trabajo y el avance de un nuevo modelo de producción automatizada que amenaza con relegar al desempleo a millones. Empresas clave comenzaron a aplicar este giro en pleno conflicto. Apple anunció una inversión de más de $500 mil millones en los próximos años para una fábrica automatizada de servidores en Houston. Tesla inauguró en Shanghái una megafábrica de baterías con procesos también automatizados. Intel, amparada por la Ley CHIPS, expandió su capacidad productiva automatizada en Nuevo México, Ohio, Arizona y Oregón.

Esta ofensiva por la automatización no se detuvo. Al contrario: la guerra comercial ayudó a estabilizar el nuevo mercado tecnológico y a allanar el camino para más acumulación capitalista. El capital exige tasas crecientes de ganancia, y cuando no las logra, desata crisis cíclicas que la clase trabajadora termina pagando. Aun en medio del conflicto, los magnates no frenaron. Trump, con sus hijos, viajó a Arabia Saudita y Dubai, cerrando negocios privados bajo el nombre de su organización empresarial mientras dirigía la política comercial estadounidense. Una mano firma tratados y la otra extiende su propio bolsillo.

Al mismo tiempo, las agencias federales de EE.UU. sufrieron un recorte del 12% de su fuerza laboral, lo que dejó fuera del empleo a más de 275,000 trabajadores y trabajadoras. Ese dinero, ahora liberado del gasto social, se canaliza hacia subsidios al sector privado: un viejo truco del régimen capitalista, financiar a los ricos con dinero del pueblo.

La guerra arancelaria no sólo generó presión económica. También sirvió como antesala para preparar la transición hacia un modelo productivo que necesita menos manos y más tecnología. El capital no busca trabajo digno para millones, sino empleos altamente especializados y escasos, inaccesibles para la mayoría debido al costo de la educación y a los recortes del sistema público. ¿Qué significa esto? Que el nuevo modelo de producción automatizada se basa en desplazar la fuerza de trabajo, no en formarla ni dignificarla.

Entonces, ¿qué debemos hacer como clase trabajadora? ¿Oponernos a la automatización? ¡No! Eso sería rechazar el avance de las fuerzas productivas que hemos contribuido a construir con nuestro propio esfuerzo. El problema no es la automatización, sino quién controla su dirección y a qué intereses sirve.

En manos del capital, la automatización genera desempleo, recortes y más desigualdad. En manos de la clase obrera, esa misma automatización puede liberar tiempo de trabajo sin reducir salarios, reducir jornadas, redistribuir tareas y reubicar trabajadores en áreas sociales urgentes como salud, educación, vivienda, transporte, cultura. Con una planificación económica bajo control obrero, la automatización puede generar un desarrollo humano integral: más tiempo para vivir, compartir con nuestras familias, participar en política, formarnos profesionalmente y habitar el mundo en equilibrio con el entorno.

Pero para que esto ocurra, hay que romper con el dominio capitalista de los medios de producción. Necesitamos construir desde ya comités de trabajadores y trabajadoras en cada centro laboral y comunidad, como embriones de un poder obrero que planifique democráticamente la producción. Sólo con una política independiente, organizada y con un programa de la clase trabajadora, podremos definir una automatización a nuestro servicio.

La guerra comercial entre China y Estados Unidos es una advertencia. La concentración de la producción en dos polos capitalistas y la reorganización del trabajo en torno a la automatización muestra que la lucha no es entre naciones, sino entre clases. Y si los capitalistas ya están decidiendo cómo se reparten el bacalao, nos toca a nosotros y nosotras organizarnos para que la riqueza que producimos no siga en manos de unos pocos, sino que se convierta en bienestar y dignidad para las mayorías.

¡Por una automatización planificada por y para la clase trabajadora!

¡Por comités obreros/as en todos los centros de trabajo!

¡Por una economía global al servicio de los trabajadores/as y no del capital!

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