Narcotráfico y militarización: indicadores del colapso del imperialismo estadounidense

Por Isabelino Montes

Las tensiones que estremecen al mundo parecen haberse convertido en un estado permanente. Cuando ese clima está atravesado por el narcotráfico y las guerras, dos pilares inseparables del orden imperialista, lo que realmente se revela es la urgencia de una transformación estructural. Mentiras, contradicciones y justificaciones saturan la vida cotidiana de las masas trabajadoras, que observan cómo los bloques capitalistas manipulan la verdad mientras el vacío político se profundiza sin que surja un horizonte claro.

Por un lado, la administración de Donald Trump moviliza una maquinaria militar de millones de dólares hacia el Caribe bajo la excusa de combatir el narcotráfico. Al mismo tiempo libera al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández Alvarado, acusado con evidencia abrumadora de enviar toneladas de cocaína a Estados Unidos. Por otro lado, un exoficial de alto rango del gobierno bolivariano, Hugo Carvajal, envía una carta a Trump en la que alega que Nicolás Maduro y Diosdado Cabello están vinculados al narcotráfico. El resultado para la clase trabajadora es siempre idéntico. Quedamos atrapados e inmovilizados en un pantano político donde los políticos burgueses se acusan mutuamente de dictaduras y fascismos, pero todas sus prácticas obedecen a una misma lógica: la lógica del capital, que ha hundido a la democracia burguesa hasta mostrar sin disfraces para qué clase social fue diseñada desde el principio.

En esta dialéctica de cinismo imperialista, narcotráfico y guerra actúan como brazos hermanos que orientan inversiones hacia la especulación financiera en lugar de atender las necesidades de las masas obreras. Bajo esta maquinaria, la economía se vuelve más parasitaria y el orden político más rígido y represivo para garantizar la reproducción del capital. El colapso del sistema capitalista no es una predicción. Se desarrolla ante nuestros ojos. Quienes sienten sus efectos devastadores son las mayorías trabajadoras, mientras la ínfima minoría parasitaria hace negocios con guerras justificadas bajo el pretexto de detener el tráfico de drogas.

La inteligencia artificial, la guerra y el narcotráfico conforman hoy un nuevo trípode de acumulación imperialista. En la disputa por mantener el dominio mundial, la inteligencia artificial se ha convertido en el mercado donde se concentra la rentabilidad más alta para la burguesía transnacional. Estados Unidos, consciente de que no puede competir con China en la producción directa de mercancías, ha reforzado su apuesta por integrar la inteligencia artificial a su aparato militar.

Casi un trillón de dólares en inversión militar se dirige hacia sistemas de vigilancia, drones y tecnologías automatizadas que ya se prueban en Gaza. Palantir, compañía que incluso financió la parada militar de Trump, ocupa un papel central en este proceso. Uno de sus CEO, Peter Thiel, moldeó ideológicamente al actual vicepresidente J. D. Vance, financió su ascenso político y hoy ambos impulsan la militarización en Gaza y en el Caribe mediante drones y tecnología automatizada.

El Caribe es solo parcialmente un objetivo militar. En realidad, Washington intenta enviar un mensaje geopolítico a Beijing: aunque China haya adquirido control sobre el petróleo venezolano, Estados Unidos mantiene el dominio estratégico de la región. Pero más allá de los gestos militares, el negocio real consiste en utilizar inteligencia artificial para agilizar el mercado financiero, mover créditos y acelerar la circulación monetaria. Las inversiones del gobierno estadounidense responden a la lógica clásica del capital, que busca rentabilidad a partir del trabajo de las mayorías y se acompaña de una retórica imperialista repetida hasta el cansancio para justificar la militarización de regiones bajo las excusas del narcotráfico o del terrorismo. Nada de esto es accidental. Es la continuación de una lógica podrida que define al capitalismo desde el nacimiento del imperialismo.

El narcotráfico ha sido históricamente uno de los engranajes funcionales del imperialismo financiero. Cuando los países imperialistas acumulan riquezas extraordinarias, el resto del mundo cae en una pobreza de igual magnitud. En ese proceso, el narcotráfico se convierte en un negocio funcional al capital, no en una desviación criminal. En el siglo XIX, el Imperio británico utilizó el tráfico de opio como instrumento central para sostener su balanza de pagos y dominar comercialmente a China. Las potencias imperialistas no nacen por aspiraciones éticas ni por economías planificadas. Nacen de la lógica innata del capital de producir para vender, y la droga, como mercancía, encaja perfectamente en ese esquema.

Con la Posguerra y la Guerra Fría, Estados Unidos reemplazó a las viejas potencias europeas como centro del sistema imperialista. Mientras promovía dictaduras anticomunistas y controlaba el crédito internacional, desplegaba discursos antidrogas cuya función real no era atacar al capital narco, sino frenar insurgencias obreras y campesinas. Hoy esos movimientos han sido absorbidos por sectores burgueses que se autoproclaman progresistas. En Venezuela, el liderazgo de Maduro y Cabello, representantes de una burguesía reformista, se ha apropiado de esos movimientos para integrarlos a las mismas estructuras capitalistas que negocian con potencias imperialistas, incluyendo actividades relacionadas con la droga.

A medida que los gobiernos militarizan territorios y reprimen periferias, el flujo del capital narco continúa penetrando el sistema financiero global. Se convierte en bienes raíces, en deuda soberana, en instrumentos financieros de alto rendimiento. Los narcotraficantes operan con criptomonedas, drones, mercenarios y sistemas de inteligencia artificial para controlar rutas y territorios. Todo esto pertenece al mismo circuito de acumulación capitalista contemporánea.

Puerto Rico, convertido hoy en paraíso fiscal, intenta adjudicar toda la culpa al llamado cartel de los soles. Sin embargo, es una narco-colonia controlada por Estados Unidos desde mucho antes de que ese cartel existiera. La estructura financiera y colonial de la isla, basada en exenciones contributivas, evasión fiscal y atracción de capitales ilícitos, demuestra que la colonia facilita la entrada de dinero narco en cantidades que superan ampliamente lo que los medios burgueses adjudican a Venezuela. El cartel de los soles existe. Pero la llamada guerra contra las drogas no es un combate moral. Es un dispositivo imperialista para controlar territorios, disciplinar poblaciones y asegurar recursos mientras la banca y el capital transnacional absorben silenciosamente los flujos ilícitos.

En este escenario, el silencio de los movimientos obreros en Puerto Rico y Estados Unidos sobre el colapso imperialista y sobre el papel del narcotráfico en la acumulación del capital es alarmante. Las revelaciones del exoficial venezolano no deben servir como excusa para una invasión a Venezuela. El pueblo no puede pagar los crímenes de una burguesía de cuello blanco, ya sea la de Maduro, la de Trump, la estadounidense o la venezolana. Lo que se despliega ante nuestros ojos es la gran falsedad del capitalismo, un sistema incapaz de satisfacer racionalmente las necesidades de la humanidad.

Frente a este panorama, la clase trabajadora de Estados Unidos y Puerto Rico enfrenta miseria creciente, guerras interminables, violencia ligada al narcotráfico, criminalidad cotidiana, analfabetismo funcional, un deterioro cultural burgués acelerado y la multiplicación de atrocidades cuya superación solo puede lograrse mediante la organización política de la clase obrera y la construcción del socialismo al servicio de las necesidades de las mayorías.

Las masas trabajadoras en Venezuela y Estados Unidos rechazan la intervención militar, pero la democracia burguesa ignora ese clamor. Por esa razón, Nexo Revolucionario Media sostiene con claridad que ni el autoritarismo de Maduro ni el intervencionismo de Trump representan una salida para la clase trabajadora. Solo la organización revolucionaria de la clase obrera y la construcción de una sociedad planificada y verdaderamente democrática pueden abrir un horizonte real para poner fin a la miseria, el colonialismo, la guerra y el narcotráfico como engranaje de acumulación del capital.

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