Cuando el “socialismo” no incomoda al poder: Trump y Mamdani se celebran
Por Bianca Morales
Esta semana, la prensa cubrió con expectativa el encuentro entre el recién electo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani, y el presidente Donald Trump. Los medios ansiaban el espectáculo: el choque frontal entre un político al que Trump ha tachado de “lunático comunista” y un alcalde crítico de la agenda fascista del bloque MAGA que hoy domina la Casa Blanca. Sin embargo, el debate que los periodistas esperaban no ocurrió. Lo que se dio, en cambio, fue una escena muy distinta a la narrativa que preparaban los seguidores de Trump y los medios sensacionalistas.
Trump conoce bien a Mamdani. Sabe que su ascenso no representó una ruptura con la burguesía, sino que vino respaldado por sectores poderosos de la clase capitalista, incluyendo multimillonarios como George Soros y otros actores clave del capital financiero estadounidense. Para Trump y su círculo, la política se rige por las leyes de hierro del capitalismo: no se escala en el aparato del Estado ofreciendo migajas que los capitalistas están dispuestos a ceder. Y, sobre todo, no se desafía al sistema mientras se depende de él para impulsar nuevas inversiones, abrir líneas de crédito y poner a circular dinero mediante alianzas económicas entre el Estado y las empresas privadas.
Esa lógica idéntica a las alianzas público privadas que en Puerto Rico y Estados Unidos llevan tiempo siendo el modus operandi del capital refleja que el Estado actúa como lo que es: un intermediario político de la clase que detenta el poder, es decir, la burguesía. Trump entiende perfectamente estas limitaciones, y sabe también que Mamdani no tiene la intención ni la fuerza para cambiarlas.
Por eso, en vez de atacarlo, lo elogió.
La burguesía siempre aplaude los buenos deseos. Y en esta sociedad fundada en la explotación de un ser humano por otro, los buenos deseos no transforman estructuras. Mamdani no representa una amenaza real al capitalismo. No está dispuesto a confrontar directamente a las empresas que exprimen al pueblo trabajador, ni a imponer salarios justos, ni a impulsar empresas municipales bajo control obrero que apunten hacia la nacionalización. Su proyecto se reduce a redistribuir una pequeña parte de la riqueza que los capitalistas ya se han apropiado.
Un individuo, especialmente en la capital financiera del capitalismo mundial, no puede derribar un aparato que opera como un monstruo. La burguesía lo sabe y lo celebra.
Trump no pierde nada en elogiar a Mamdani. Él mismo representa un sector del capital que comienza a distanciarse de la agenda republicana tradicional. Y Mamdani, rechazado incluso dentro de su propio Partido Demócrata, insiste en dar la lucha dentro de un espacio que no le pertenece. Esto no es casualidad: tanto él como el pequeño bloque de demócratas reformistas mantienen vínculos directos con sectores capitalistas afectados por la descomposición del sistema. Mamdani no llega a desafiar esa estructura; llega a intentar recomponerla.
Por eso Trump le desea lo mejor.
Por eso ambos dejaron sus diferencias políticas sin cuestionar.
Por eso sellaron el encuentro con la diplomacia hipócrita que distingue a los políticos burgueses.
Y por eso, como en Puerto Rico cuando Eliezer Molina buscó la “unidad” con Rivera Schatz, Mamdani terminó abrazando la misma trampa política: colaboración con quienes representan los intereses opuestos a los de la clase trabajadora.
Estas son las limitaciones que debemos superar. No podemos seguir reduciendo la lucha política a buscar figuras que nos representen mientras el sistema permanece intacto. Los métodos basados en la buena voluntad y no en las contradicciones estructurales del capitalismo son falsos y nos conducen a callejones sin salida.
Mamdani encarna un socialismo de buena voluntad, no un socialismo de clase. Un socialismo que pide confianza, no organización. Un socialismo que apela a lo “buena gente” que puede ser un político, en vez de construir un contingente obrero capaz de enfrentar a la burguesía como clase.
Pero no todo está perdido.
Incluso en esta coyuntura se abre una oportunidad.
La clase trabajadora puede ver claramente la diferencia entre el socialismo burgués que reparte migajas y la necesidad de una organización propia, independiente y combativa. Podemos aprovechar este momento para organizarnos políticamente.
La tarea inmediata es trazar una línea clara: la constitución de comités de trabajadores y trabajadoras que impulsen una planificación racional de la economía basada en nuestras necesidades como clase. Eso exige ir mucho más allá de los elogios vacíos y las colaboraciones diplomáticas. Exige hablar, conocernos políticamente, organizarnos y actuar para adquirir poder político real.
No nos dejemos engañar por las buenas intenciones de individuos aislados.
La política tiene carácter de clase.
Ellos lo saben.
Faltamos nosotros, la clase trabajadora, por darnos por enterados.