AOC: El “socialismo” de lujos, hoteles cinco estrellas y clase política cómoda
Por Bianca Morales
En tiempos en que la palabra socialismo vuelve a ocupar titulares y conversaciones públicas, es necesario recordar de dónde surge la vertiente revolucionaria de esta tradición política. No nació en los pasillos de universidades elitistas ni en los clubes socialdemócratas que maquillan el capitalismo. Nació de la lucha concreta de la clase trabajadora, de las fábricas, de las jornadas interminables y de las condiciones materiales que enfrenta la mayoría que depende del trabajo asalariado para subsistir. Ese socialismo revolucionario es precisamente lo contrario de lo que hoy promueven los llamados socialistas burgueses o socialdemócratas, empeñados históricamente en ocultar las contradicciones entre el capital y el trabajo.
Desde sus orígenes en la Inglaterra industrial, con Marx, Engels y las primeras organizaciones obreras enfrentando directamente a los partidos de la burguesía, el socialismo revolucionario fue una ruptura clara. Fue una afirmación de independencia política de la clase trabajadora. Esa confrontación no pertenece al pasado. A lo largo de la historia sobran las traiciones que intentaron desviar ese proyecto, desde Kautsky en Alemania hasta ejemplos más recientes como Podemos en España, Syriza en Grecia o el PSUV en Venezuela. Todos condujeron a la clase obrera por caminos reformistas que terminaron fortaleciendo el mismo modo de producción capitalista que decían combatir.
Hoy esas vertientes oportunistas y burguesas del socialismo encuentran eco en figuras cercanas a la colonia puertorriqueña como Mamdani, Bernie Sanders y Alexandria Ocasio Cortez. Forman parte de un ala del propio imperialismo estadounidense incrustada en el Partido Demócrata y aun así generan entusiasmo en sectores de la izquierda puertorriqueña, incluyendo al ex candidato independentista Juan Dalmau, que los presentan como referentes transformadores.
La realidad, sin embargo, se impone con hechos. Informes recientes del gobierno de Estados Unidos revelan los lujos que se permite AOC en nombre del socialismo. Su campaña, según documentos oficiales, gastó alrededor de cincuenta mil dólares en hoteles, conciertos y restaurantes en Puerto Rico y en Estados Unidos. Todo esto mientras la clase trabajadora, aquí y allá, hacía filas interminables para abastecerse, sobrevivía con dos y tres trabajos y enfrentaba un aumento constante del costo de vida impuesto por el mismo sistema que su partido político sostiene y administra.
El Partido Demócrata no es aliado de la clase trabajadora. Es una pieza estructural del saqueo imperialista que reaviva guerras, protege monopolios energéticos y mantiene vivo el pulpo financiero de Wall Street, cada vez más parasitario y desconectado de las necesidades humanas básicas.
La contradicción es evidente. Es fácil hablar de socialismo con la mesa llena. Es fácil hablar de justicia social desde hoteles y conciertos. Pero el socialismo real, el que construye poder obrero, no nace del lujo ni del espectáculo político. Surge del taller, de la fábrica, de los centros de trabajo y del debate colectivo entre quienes producen toda la riqueza que hoy disfruta una minoría parasitaria.
Por eso la organización política de nuestra clase no puede quedar en manos de líderes que reproducen los valores y los estilos de vida de la burguesía. Cualquier dirigente que no responda a los intereses de la clase obrera debe poder ser removido sin titubeos, antes de que se aburguesen y vivan de aquello que dicen criticar mientras repiten discursos elocuentes sin consecuencias reales.
La clase trabajadora y sus sectores revolucionarios no pueden permitirse que el socialismo se reduzca a una etiqueta vacía, a una moda discursiva o a un sello utilizado por quienes perpetúan las estructuras del poder burgués. El socialismo revolucionario nació para enfrentar esas contradicciones, no para encubrirlas.
La necesidad es urgente. La clase trabajadora debe elevar su conciencia, rechazar las manipulaciones y recuperar para sí el proyecto revolucionario que le pertenece. No existe emancipación posible sin organización política propia, sin ruptura con los intereses del capital y sin un compromiso firme con la transformación radical de la sociedad.
El momento exige claridad. O se avanza hacia un socialismo que asume la lucha de clases y construye organización obrera independiente de los partidos de la burguesía, o se cae en el espejismo cómodo del socialismo de jangueos y lujos que solo sirve para sostener un orden capitalista en plena descomposición.