Imperialismo en ruinas: la Doctrina Monroe de Trump contra la clase trabajadora
Por Isabelino Montes
Los aires de grandeza que acompañan el relanzamiento de una nueva Doctrina Monroe en el discurso del régimen de Donald Trump esconden una realidad profunda y peligrosa: lo único que le queda hoy al imperialismo estadounidense, como potencia dominante en decadencia, es sostener su hegemonía inyectando capital en sectores parasitarios. No se trata de revitalizar la producción ni de satisfacer las necesidades de la mayoría trabajadora, sino de mantener en circulación las riquezas acumuladas por los capitalistas a través de la especulación financiera y la guerra.
Cuando hablamos de “lo que le queda” al imperialismo, no nos referimos a las élites que controlan la sociedad capitalista. Esas no solo no se ven afectadas, sino que salen fortalecidas. Hablamos de lo que queda en términos de capacidad real del Estado estadounidense para garantizar empleo, estabilidad y condiciones dignas a la clase trabajadora y a sus sectores más empobrecidos. Ahí es donde el sistema muestra su agotamiento.
Estados Unidos ha puesto en marcha una Doctrina Monroe moderna, ajustada a las condiciones actuales del capitalismo trasnacional. La doctrina original, enunciada en 1823, surgió en un contexto de expansión industrial, desarrollo de infraestructura, ampliación de mercados internos y conquista territorial hacia el oeste. Aquel marco geopolítico excluía a las potencias europeas del hemisferio para facilitar la acumulación del capital estadounidense, dando paso a anexiones como los territorios mexicanos y al control de rutas y puertos estratégicos.
La versión actual no responde a esa lógica productiva. Es el resultado de décadas de acumulación capitalista que hoy busca reinvertirse sin frenar la ganancia, pero evitando grandes inversiones industriales. La prioridad ya no es producir mercancías, sino obtener beneficios en tiempo récord con el aparato financiero. En ese escenario, la guerra —y particularmente la guerra tecnificada mediante inteligencia artificial— se convierte en el negocio más rentable bajo la llamada “libertad económica” del capital, aun cuando no genere empleo masivo ni riqueza social.
Las inversiones bélicas contemporáneas no requieren grandes contingentes de soldados. La tecnología avanzada y la IA se convierten en el principal medio de trabajo, dejando fuera del mercado laboral a millones. Así, la sociedad capitalista se vuelve cada vez más parasitaria, orientada a sectores que concentran riqueza sin distribuirla.
Esta mutación de la Doctrina Monroe está íntimamente ligada al tránsito del imperialismo clásico —basado en producción directa y conquista territorial— hacia un imperialismo financiero rentista. El capitalismo transnacional desplazó la producción de mercancías hacia regiones asiáticas donde los costos eran más bajos, acelerando la acumulación en las arcas financieras estadounidenses, pero vaciando su base industrial interna.
Trump prometió durante su campaña “reindustrializar” Estados Unidos. Los análisis revolucionarios advirtieron desde el inicio que se trataba de un engaño. Con esa promesa ganó, y hoy vemos los resultados anunciados. Ya en su fase primitiva, la Doctrina Monroe aceleró la acumulación capitalista, y a comienzos del siglo XX Theodore Roosevelt la convirtió en una carta blanca para la intervención militar y política en América Latina, bajo el pretexto de “ordenar las finanzas” y garantizar el pago de deudas. Nacía así con claridad la diplomacia del dólar: el control de bancos, aduanas y presupuestos estatales se volvió tan importante como la ocupación territorial.
En la actualidad, la doctrina no busca proteger inversiones industriales, sino blindar un orden financiero especulativo que se sostiene haciendo circular el dinero a través de la guerra. El Pentágono maneja más de 600 proyectos de inteligencia artificial militar y solicitó alrededor de 1.8 mil millones de dólares específicamente para IA en el presupuesto de 2024, dentro de un paquete de investigación y desarrollo en defensa que supera los 145 mil millones. Estos fondos financian sistemas de mando multidominio como JADC2 y plataformas autónomas, garantizando contratos constantes a corporaciones tecnológicas y armamentistas.
Bajo pretexto tras pretexto, la guerra contra las drogas incluida, Estados Unidos busca sostener su aparato especulativo, mientras muestra señales claras de decadencia económica. Los informes de empleo de noviembre de 2025 revelan la magnitud del problema: apenas 64 000 nuevos empleos creados y una tasa de desempleo que subió al 4,6 %, el nivel más alto en más de cuatro años. En contraste, el punto más bajo se registró en abril de 2023 con un 3,4 %, el menor en 54 años. El enfriamiento del mercado laboral confirma que el delirio de grandeza es, en realidad, expresión de una incapacidad estructural para satisfacer las necesidades sociales.
La Doctrina Monroe moderna ya no genera empleos bien remunerados para la clase trabajadora estadounidense. El viejo saqueo imperialista, que en algún momento creó una ilusión de progreso para sectores industriales, particularmente trabajadores blancos, ya no puede cumplir ese rol. Hoy solo deja precariedad y desigualdad.
Ante la imposibilidad de revertir las leyes de hierro del capital, el régimen de Trump actúa con desesperación y descaro. El ideólogo trumpista Stephen Miller llegó a declarar:
“El esfuerzo, el ingenio y el trabajo de los estadounidenses crearon la industria petrolera en Venezuela. Su expropiación tiránica constituyó el mayor robo de riqueza y propiedades estadounidenses jamás registrado”.
¿Cómo puede un país que abandona a su propia población pretender legitimar el robo de recursos ajenos y, al mismo tiempo, hablar de democracia? ¿Cómo los organismos políticos internacionales miran hacia otro lado?
La Doctrina Monroe moderna ya no se esconde. La pregunta es si la clase trabajadora de Estados Unidos y Puerto Rico permitirá que esta mentira continúe, mientras los millonarios no solo extraen plusvalía, sino que saquean abiertamente los recursos de otros pueblos. La condición que empuja a EE. UU. a retener su posición imperial es la misma que provoca el declive social global: desigualdad entre naciones, despilfarro de las riquezas producidas por los trabajadores/as y una irracionalidad productiva que no devolverá a Estados Unidos su pasado industrial.
¿Robando petróleo y recursos naturales ajenos? ¿Esa es la ética que se pretende imponer a la clase trabajadora? Guardar silencio ante esto implica retroceder a épocas de represión obrera aún más profundas. No existe fuerza capaz de detener este proceso que no sea la unidad política de la clase trabajadora. El activismo que exige este momento debe ser claramente proletario, superando divisiones artificiales y discursos vacíos.
Estamos ante una guerra abierta entre clases sociales y contra el imperialismo, venga de donde venga. La clase trabajadora de Puerto Rico y Estados Unidos no es saqueadora. Producimos la riqueza con nuestro trabajo, no robando recursos a otros pueblos. Cuando Miller afirma que el petróleo venezolano pertenece al pueblo estadounidense, repite una lógica histórica peligrosa. Es el mismo argumento que utilizó Hitler para justificar el expansionismo, cuando en 1941 afirmó:
“Es un derecho del pueblo alemán dominar territorios donde otros pueblos no saben explotar adecuadamente la tierra”.
No podemos permitir que se manipule a la clase trabajadora ni que se equipare al movimiento obrero con el nazismo. Hitler dejó claro su antagonismo con el marxismo y la lucha de clases. En 1933 declaró que el Primero de Mayo dejaría de ser un día de lucha de clases, y en 1922 afirmó sin ambigüedades:
“Mientras no destruyamos al marxismo, Alemania no podrá levantarse”.
Las evidencias sobran. El régimen miente y pretende que aceptemos petróleo robado como si fuera propio. La consigna debe ser clara: contra el imperialismo venga de donde venga, contra la injerencia militar de Estados Unidos en Venezuela y el Caribe, y también contra el autoritarismo de Maduro que reprime a la clase trabajadora venezolana. Solo una posición internacional y obrera puede enfrentar esta ofensiva para resolver la soberanía y autodeterminación de las naciones en su planificación racional de nuestra producción económica en base a las necesidades sociales.