Puerto Rico como mercancía: el patriotismo que enriquece a los capitalistas
Por Isabelino Montes
El capitalismo tiene mil maneras de descomponer todo avance conquistado por las mayorías que vivimos de un salario. No solo lo hace mediante la represión desmedida de las facciones fascistas, ya descaradamente visibles, sino también a través de un estancamiento económico que se limita a poner el dinero a circular sin una planificación coherente que responda a las necesidades reales de la sociedad.
Cuando los gobiernos capitalistas hablan de turismo, se les iluminan los ojos. No es casualidad. Este sector, posible únicamente gracias a la acumulación obscena de riqueza en manos de una minoría, se ha convertido en el escenario perfecto para la circulación acelerada de capital. Y para los capitalistas, nada es más vital que reproducir capital al menor costo posible.
Puede parecer un contrasentido, pero las inversiones necesarias para el turismo son mínimas en comparación con las ganancias descomunales que genera. La infraestructura, como hoteles, resorts, parques, restaurantes y atracciones, ya existe en muchas naciones. A diferencia de sectores como la agricultura o la vivienda, su producción no se orienta a cubrir las necesidades de la población local, sino de visitantes temporales. Así se crean enclaves de lujo mientras vastas zonas del país permanecen sumidas en la miseria.
El turismo siempre oculta su cara real. Quien visita como turista recorre apenas un puñado de calles y, en el mejor de los casos, alguna agencia de viajes “alternativa” promete mostrar la realidad del país fuera de los circuitos turísticos. Esa “realidad” es pobreza, desigualdad y precariedad. Se producen alimentos, se levantan infraestructuras y se brinda seguridad para visitas fugaces, mientras los residentes permanentes enfrentan hambre, apagones, cortes de agua y, en muchos casos, el exilio forzado. En Puerto Rico, el resultado de esta ecuación capitalista es una deuda de más de setecientos mil millones de dólares sobre los hombros de la clase obrera, creada por parásitos financieros y sus administradores políticos.
Para los capitalistas, el turismo es dinero rápido. Para la clase obrera, significa sobrevivir a las fluctuaciones del mercado, sirviendo piña coladas o trabajando en temporada alta. El problema de fondo no desaparece: seguimos dependiendo de alimentos importados, de un mercado de bienes raíces especulativo, de productos básicos importados y de un sistema energético obsoleto controlado por monopolios privados.
La República Dominicana es un ejemplo cercano y elocuente. Allí, los turistas son tratados como reyes mientras el país se desangra. La inversión transnacional construye carreteras, resorts y mega-hoteles que multiplican el comercio y llenan los bolsillos de capitalistas locales y extranjeros. En 2024, el sector turístico dominicano aportó más de 20,500 millones de dólares al PIB, un 16.1% de la economía, y generó 876,000 empleos, lo que equivale al 17.6% del total. Sin embargo, los salarios promedian apenas 14,000 pesos dominicanos al mes, unos 231 dólares mensuales, mientras los capitalistas del turismo embolsaron alrededor de 21,000 millones de dólares en ganancias.
En Puerto Rico, la historia es similar. En 2024, el turismo generó unos 2,500 millones de dólares, sobre todo en la industria hotelera. La mayoría de los trabajadores de mantenimiento y construcción ganan entre 10.50 y 11.00 dólares por hora. Sumando empleos directos e indirectos, el sector turístico emplea a unas 35,500 personas, con un salario promedio de 22,400 dólares al año. Y esto suponiendo empleo a tiempo completo, algo poco común en un sector donde la temporada alta dicta el ritmo de contratación.
La pregunta es inevitable: ¿hacia dónde se mueve esa economía que, según economistas, políticos y la prensa burguesa, “crece”? La dirección es clara: hacia el bolsillo de los capitalistas.
El proyecto Esencia: la joya de la corona del saqueo
El caso del Proyecto Esencia en Cabo Rojo es ilustrativo. Con una deuda colosal y una Junta de Control Fiscal que solo responde a los acreedores, el capital busca nuevas fuentes de ganancia y las encuentra en los recursos naturales. Este proyecto turístico ya ha recibido más de 500 millones de dólares en créditos contributivos y exenciones, y es visto por los bonistas como una oportunidad para abrir nuevas líneas de crédito.
Si Donald Trump regresa al poder y coloca a miembros de su ala fascista MAGA a controlar la Junta de Control Fiscal, se podría asegurar la privatización de terrenos de alto valor ecológico, especialmente en la zona marítimo-terrestre. No se trata de repagar la deuda, sino de quedarse con todo.
Leyes al servicio del capital
El saqueo está blindado por leyes como el Capítulo 5 del Act 60 y la Ley 74 de 2010, que ofrecen tasas impositivas de apenas 4%, exenciones del 100% en propiedades y ventas, y créditos fiscales de hasta un 40% de la inversión. Las pocas regulaciones ambientales que sobreviven existen gracias a luchas sociales pasadas, no por voluntad del capital.
Históricamente, incluso sectores burgueses han promovido límites ambientales para proteger su propia competencia y concentración de mercado. Ejemplos como la Ley de Aire Limpio en Estados Unidos o la Ley de Reducción de la Inflación, aunque responden a lógicas imperialistas, muestran cómo la regulación puede servir a intereses económicos. Pero en Puerto Rico, proyectos como Esencia utilizan estas leyes únicamente para beneficio del gran capital, nacional o extranjero.
El patriotismo burgués disfrazado de orgullo cultural
En este contexto, el patriotismo que promueven ciertos sectores en Puerto Rico es una trampa. Cuando el artista Benito Martínez Ocasio, conocido como Bad Bunny, proyecta una imagen de orgullo nacional en un mercado turístico de lujo, lo que hace en realidad es vender a Puerto Rico como mercancía. No es un avance político ni cultural, sino una operación de marketing al servicio de la burguesía nacional, que busca fusionarse con la burguesía transnacional.
Mientras comunidades obreras de San Juan y del resto del país sufren apagones, falta de agua, feminicidios y criminalidad, la industria musical y turística factura más de 200 millones de dólares, y Bad Bunny, con sus 30 conciertos, multiplicará su fortuna personal hasta cifras incalculables. Lo más sorprendente es que sectores de la izquierda y del movimiento obrero celebren esta narrativa, abrazando un patriotismo burgués que no les pertenece.
El verdadero reto para quienes dicen defender a la clase trabajadora no consiste en ondear banderas, sino en exigir:
La derogación total de la Ley 60, y no su revisión para favorecer a burgueses locales.
Luchar por aumentos salariales para los trabajadores y trabajadoras del turismo
Restituir a los empleados y empleadas despedidos de la Autoridad de Energía Eléctrica y establecer control democrático obrero sobre la energía.
Crear comités permanentes de trabajadores, trabajadoras y comunidades para defender los intereses obreros y oponerse al megaproyecto turístico Esencia.
Cuando estas exigencias estén sobre la mesa, el patriotismo burgués se romperá en pedazos. Y quedará claro que el único patriotismo útil para nuestra clase es el que se construye sobre una República Obrera.