¿Mantenidos? LUMA, Genera, POLITANK y las aseguradoras del Vital. No el pueblo.
Por Ángel Rodríguez
Durante décadas, nos han repetido una mentira con insistencia enfermiza: que quienes reciben el Programa de Asistencia Nutricional (PAN) son vagos, dependientes del Estado, una carga que se niega a trabajar. La repiten políticos, comentaristas de radio y empresarios. La repiten para ocultar la verdad: la mayoría de quienes reciben el PAN trabajan. Lo que no da abasto es el salario, no el esfuerzo.
Pero en este sistema capitalista donde se estigmatiza al pobre, los verdaderos parásitos nunca son señalados. No son los trabajadores/as pobres quienes viven del gobierno. Son los capitalistas. Son las empresas privatizadoras como LUMA y New Fortress Energy, las aseguradoras del Plan Vital como Triple-S y MMM, y los operadores políticos como POLITANK, quienes se alimentan del fondo público como sanguijuelas, sin ser estigmatizados, sin ser llamados “vagos”.
Un análisis reciente del Centro de Estudios del Desarrollo de la UPR lo deja claro: el 59% de los hogares que reciben el PAN tiene al menos una persona empleada; el 68% vive bajo el umbral de pobreza. Más de la mitad incluye a personas mayores de 60 años y casi la mitad a personas con discapacidad. Solo el 29% incluye menores de edad (Metro PR, 2025). El PAN, lejos de ser un privilegio, es un salvavidas frente a los salarios de miseria que impone el capital. La pobreza no nace de la pereza, sino del abandono sistemático del gobierno burgués, subordinado al capital.
Este mercado laboral capitalista, incapaz de garantizar empleo pleno y digno, sí logra una cosa: producir riquezas para unos pocos mientras arroja a la mayoría a la sobrevivencia.
Tomemos el caso de LUMA Energy y New Fortress Energy/Genera PR, las empresas que hoy controlan la energía en Puerto Rico. Se presentan como visionarias del futuro energético, pero son entes parasitarios. LUMA recibe $122 millones anuales por operar la red eléctrica, más cientos de millones en fondos federales para proyectos específicos (El Nuevo Día, 2024). FEMA ha asignado más de $20 mil millones a la reconstrucción eléctrica, administrados por LUMA y Genera. ¿Resultado? Apagones continuos, servicios defectuosos y un pueblo humillado. Cada apagón es una bofetada a la dignidad y una ganancia para estas corporaciones.
Lo mismo ocurre con el sistema de salud. El Plan Vital, manejado por ASES, canaliza más de $3,000 millones en fondos federales cada año hacia aseguradoras privadas. Empresas como Triple-S, MMM, First Medical y Menonita reciben entre $500 y $700 millones anuales por sus afiliados. Esta es su mina de oro. Mientras tanto, la clase trabajadora pelea por recibir atención básica. Servicios negados, esperas interminables, coberturas limitadas. Se lucran de la enfermedad del pueblo, sin pudor.
Pero este saqueo no opera solo. Tiene su brazo político: el cabildeo institucionalizado. POLITANK, firma fundada por Francisco Domenech y estrechamente ligada al PNP, ha sido clave en redirigir recursos públicos hacia intereses privados. Representa a bonistas, contratistas, corporaciones y todo aquel con ojos puestos en los fondos federales. Facilita acceso a legisladores, asegura contratos, promueve favores políticos. Su venta en diciembre de 2024, justo antes de que Domenech asumiera un cargo público, fue un intento burdo de encubrir conflictos de interés. POLITANK es una pieza central del entramado burgués: el engranaje que permite a los ricos apropiarse del dinero del pueblo.
¿Quiénes son entonces los verdaderos vividores del sistema? No es la madre soltera que recibe el PAN. No es el anciano con discapacidad que necesita ayuda. Son LUMA, Genera, las aseguradoras, POLITANK. Estas entidades no existirían sin fondos públicos. No producen bienestar, solo enriquecimiento privado a partir del sufrimiento colectivo. Cada peso que ganan lo extraen del esfuerzo de la clase trabajadora.
Vivimos bajo un sistema donde la riqueza nace del trabajo colectivo, pero el fruto se lo queda una minoría. A nosotros nos dan migajas disfrazadas en salarios. Los capitalistas se quedan con la gran tajada. ¿Para quién trabajamos en realidad? ¿Para nuestras familias o para las inversiones privadas que engordan los bolsillos de unos pocos?
Y mientras esa élite eleva sus riquezas, el costo de vida se dispara. El salario no da. La vida se hace cada vez más insostenible. ¿Y quiénes cargan la culpa? Otra vez, los más pobres. Acusan de “mantenidos” a los que apenas sobreviven, creando divisiones dentro de la misma clase trabajadora.
Incluso muchos trabajadores/as que hoy se sienten “bien remunerados” creen estar al margen de esta realidad. Pero no lo están. Por más que repitan la narrativa burguesa y llamen “vagos” a los más precarizados, están dentro del mismo sistema que los estrangula. La burguesía los manipula con un discurso de odio que solo beneficia a sus intereses.
¿A qué nos lleva todo esto? A más cierres de escuelas, más hospitales clausurados, más inestabilidad, más criminalidad. Y en medio del caos, algunos ven con simpatía modelos autoritarios. Pero pensar que un dictador burgués como Bukele puede salvarnos es caer en la trampa. Lo que buscan es reprimir el descontento. Igual que lo hizo Rosselló con su “mano dura contra el crimen”. Usan la represión para imponer orden, pero también para silenciar la protesta ante la explotación.
Y el futuro, si no actuamos, es aún más sombrío. Economistas ya advierten que la automatización desplazará a trabajadores/as administrativos y profesionales, cuya labor será reemplazada por inteligencia artificial (Axios.com, 2025). No importa cuánto ganes hoy: si vendes tu fuerza de trabajo, estás en la mira del capital. Su lógica es una sola: reducir costos, maximizar ganancias. Y eso nos afecta a todos.
¿Queremos que nuestros hijos crezcan en un mundo de guerras genocidas como en Palestina, de cacerías contra trabajadores inmigrantes, de violencia, desempleo, pobreza, y un sistema de salud y educación colapsado? ¿Esa es la sociedad que aspiramos?
Vivimos bajo el dominio de una casta capitalista autoritaria. Utiliza la fuerza, destruye la democracia, y nos impone la miseria con el aval de Dios y la ley. ¿Vamos a aceptarlo con resignación? ¿Esa es la voluntad de la mayoría de la clase trabajadora en Puerto Rico y el mundo?
Frente a este panorama, no queda más camino que la organización política de la clase trabajadora. No podemos seguir esperando un salvador divino, ni confiar en partidos burgueses, ni mendigar dentro de un sistema que nos desprecia. Hay que dar el paso: fortalecer comités de trabajadores y de barrio, espacios de poder directo, permanentes, no electorales, donde las decisiones se tomen a través del debate y tracemos nuestro propio programa político.
Estos comités pueden, desde su formación, cumplir tareas urgentes:
Fiscalizar los fondos públicos y denunciar la corrupción, no desde el moralismo sino desde una crítica de clase que haga descubrir la vínculación del estado con los capitalistas en está gestión que el pueblo en general repudia.
Defender los derechos laborales, sociales y económicos, y convertirlos en lucha política más allá de los sindicatos.
Impulsar proyectos colectivos económicos bajo el control de la clase trabajadora que prioricen servicios esenciales por encima de la ganancia privada.
Ya existen organizaciones que reunen a un sinnúmero de trabajadores/as: la Coalición Sindical en Puerto Rico está formada. Falta ir más allá del límite natural de los sindicatos en el capitalismo. Es hora de señalar con nombre y apellido a quienes se roban el futuro.
Porque quienes reciben el PAN no son culpables. Son sobrevivientes. Trabajan todos los días por salarios miserables mientras los capitalistas saquean el país con total impunidad.
Solo la clase trabajadora organizada políticamente puede frenar este saqueo. Conscientes de nuestra realidad como clase podemos construir una sociedad verdaderamente democrática y justa.